Entrevista a Edgar Montiel

La cultura contra la guerra

Durante el reciente Encuentro andino sobre Diplomacia Cultural convocado por la UNESCO y el Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia (Bogota 27 y 28 septiembre 2007), el Jefe de la Sección de Políticas Culturales (CPO/CPD, UNESCO), habló con nuestro semanario virtual sobre las nuevas orientaciones de la cultura en este mundo globalizado

¿Por qué la cultura ahora interesa a los políticos?

Cuando ocurrieron los lamentables sucesos del 11 de septiembre del 2001, fue inesperado observar cómo las interrogantes se dirigían hacia la cultura para buscar allí –y no en la economía o la política– las respuestas y las claves para entender lo ocurrido. En efecto, en un contexto de interculturalidad efervescente y de magnificación del poder simbólico, la cultura se ha vuelto una práctica social colectiva cada vez más influyente en las relaciones internacionales –incluida por primera vez en las prioridades de la agenda internacional–, cuya adecuada “gestión” puede hacer de ella un recurso estratégico para la gobernancia, el desarrollo y la diplomacia mundial. Dando cuenta de esta evolución, Joseph Nye, una de las autoridades del liberalismo institucional, considera a la cultura como un Soft Power, término que puede ser asimilado como un poder intangible o un poder versátil.

¿La cultura ha cambiado el mapa de las relaciones internacionales?

El modelo tradicional, que concebía estas relaciones como vínculos exclusivamente entre estados, ha sido corregido y completado en las últimas décadas. Esta nueva forma de gobernancia global es considerada como un multilateralismo complejo. En él interactúan no sólo dos o más estados, sino también otros componentes de la sociedad, como son las ONGS, universidades, entidades regionales, las asociaciones representativas de la sociedad civil (grupos empresariales, sindicatos, pueblos indígenas, asociaciones profesionales, migrantes, etc.), que influyen en las decisiones interestatales. Y después del 11 de septiembre todos sabemos que una situación de desavenencia permanente al interior de los estados o entre estados favorece el incremento de la pobreza y la presencia de grupos extremistas, repercutiendo en la seguridad (colectiva) de muchas naciones, sean grandes o pequeñas. En estos contextos surge la cultura como un recurso para la cohesión social, el diálogo entre los pueblos, la paz social y el desarrollo compartido.

¿El llamado poder intangible (la cultura) es entonces el encargado de evitar las guerras que se están gestando en el mundo?

Tradicionalmente, la política exterior ha estado inspirada en una lógica sustentada principalmente en un poder coactivo. Esta clase de poder suele llamarse poder tangible. El poderío económico refuerza la esfera del poder tangible. Si se siguiera esta lógica, la capacidad de influencia de un determinado país en el ámbito internacional sería entonces proporcional a su poderío material. Pero esta lógica lineal no siempre acierta.

Si se profundiza en el potencial intangible se puede advertir que este recurso fue muy utilizado históricamente, en especial en la China antigua, de cuya tradición estratégica forma parte. Antes de Sun Tzu, hace casi 3 mil años fue un Maestro, Confucio (Kung-Fu-Tse), quien formuló clara y sencillamente el concepto: “Quien pretenda someter a los hombres por la fuerza de las armas no alcanzará la sumisión de sus corazones; por esto, la violencia nunca es suficiente para dominarlos. Quien conquiste a los hombres por la virtud, consigue que todos se sometan a él sin reservas y con el corazón alegre”.

¿Habrá opción para América Latina cuando sabemos que los países desarrollados dominan el mercado de bienes culturales?

Es importante trabajar al respecto. La expansión de las comunicaciones alcanzada gracias a las nuevas tecnologías y a la creación de redes mundiales, ha potenciado enormemente los intercambios de bienes culturales. Según datos de la UNESCO, las importaciones de tales bienes en el ámbito mundial han pasado de 47.8 billones de dólares en 1980 a 213.7 billones de dólares en 1998. Las exportaciones, por su parte, han pasado en el mismo periodo de 47.5 billones de dólares a 174 billones. No obstante, este flujo de bienes culturales se concentra en un número limitado de países. En 1998 tan solo trece países han sido responsables de más del 80% de las importaciones y exportaciones. Pese a un reciente declive en su parte de mercado, Estados Unidos sigue siendo el mercado de bienes culturales más importante en el mundo.

¿Ahora desde las órdenes políticas se entiende la cultura como un corpus dador de paz?

Tanto la Declaración como la Convención del 2005 sobre la “protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales” en el mundo hacen frente a un doble reto: por una parte, asegurar una interacción armoniosa y una voluntad de vivir juntos entre personas y colectividades con identidades culturales distintas, que hacen evidente la importancia del diálogo intercultural; y por otra parte, defender una diversidad creadora viviente, es decir la multiplicidad de maneras cómo las culturas viven y trasmiten sus expresiones ancestrales y contemporáneas a través del tiempo y del espacio. La diversidad cultural, por su fuerza incitativa al diálogo, al intercambio y a la creatividad, constituye una condición esencial para una paz integral y un desarrollo duradero.

¿América Latina podrá explotar su poderío imaginario en contra de la desigualdad y de sus conflictos imperantes?

Ahora que nuestra América ha surgido al mundo con una identidad propia, resultado de un intenso proceso intercultural donde han convergido y se han fusionado naciones, lenguas, religiones y saberes podríamos preguntarnos ¿de cuánto poder intangible dispone América Latina? Las manifestaciones culturales que surgen de las fuentes americanas tienen una buena acogida en el mundo. Así, por referirse sólo al ámbito literario, si escritores mundialmente conocidos como Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Octavio Paz no hubiesen construido su imaginario con signos distintivos de la región, como Chilan Balam (Guatemala), Machu Picchu (Perú), Macondo (Colombia), o la Piedra del Sol (México), tal vez no habrían logrado esa fuerza expresiva reveladora de mundos, que los hizo merecedores del Premio Nobel. Somos un continente con un imaginario pródigo, como sí viviéramos en una edad literaria. Esa fuerza creadora se encuentra plasmada en todas las artes y debe ser cultivada.