El derviche y otros poemas: Jorge Cadavid


El lector advertirá seguramente que ni las palabras, ni la experiencia, ni el sentido que aventuran este singular libro, son los propios y corrientes de la poesía colombiana. Desde el mismo título, El derviche y otros poemas (Colección Los Conjurados), lo podrá comprobar y comprobará también que sus nociones son las de una tradición distinta que, en su continuo afán y propósitos, tiene también los de modelar la más alta de las experiencias humanas: la experiencia mística.

Desde que era estudiante en Sevilla, España, su autor se ha dedicado al estudio e investigación de la mística sufí, tan ajena a nuestros hábitos espirituales, a pesar de que ella está en la raíz misma de la poesía de San Juan de la Cruz. De ahí que, entre nosotros, pocos puedan hablar con tanta autoridad y saber de estos asuntos, a los cuales ha llegado no sólo por una preocupación intelectual, sino también por un anhelo de trascendencia. Por una necesidad, llamémosla religiosa, del decir poético.

Que en sus poemas palabras como giróvago, derviche, morada, gracia, danza, infinito, etc., se reiteren una y otra vez –¿cómo descreer del vocabulario esencial de un autor?– deja muy en claro el carácter y la índole de su perplejidad. Poemas, además, que al acatar el relato de un instante privilegiado, inmerso de todas maneras en la trama de los hechos corrientes, hacen también suya una dificultad o paradoja: el verbo es el suceso de una vislumbre que, por su naturaleza, no se puede expresar a cabalidad. O, mejor, que sólo se puede comunicar de manera indirecta o alegórica quizá porque, como nos lo dice el verso homérico, al hombre no le está dado mirar al dios a la cara.

Para ahondar en este camino, el autor se sirve de formas poéticas ya probadas por quienes, como él, han buscado comunicar una experiencia semejante: el canto llano, la composición breve. Para el poeta, la palabra y el poema han de adelgazarse hasta hacerse esenciales y, la mejor manera, por supuesto, no está en el adjetivo que se agrega, en los largos períodos compositivos, en la frondosa locuacidad sino, por el contrario, en el verso simple, certero y luminoso que tienta incluso al silencio, ya que aspira a la mayor de las plenitudes. ¿De qué otra manera podría construirse esa ebria amistad entre el instante y la eternidad, que es la materia de su poesía?:

“No sabe nombrar / pero dice la verdad

Además, porque, como tan bellamente lo dice:

“La huella luminosa / es devorada por sus reflejos”.

Quien busca lo inefable, en lo inefable se pierde. Reflejo verbal, testimonio de una gracia, este libro y estos poemas, con todo, evidencian un sentimiento muy particular, pues no participan de ortodoxias, dogmas o credos, no acuden a un Dios conocido. Hablan de una religiosidad sin religión y de un sentimiento que rehace a cada momento sus propios caminos por privilegio de la poesía.

Poesía, pues, leal a tiempos de incertidumbre como éstos y que, al afirmar el humano quehacer, lo hace por esto…por incierto. Y porque en ello se fundamenta toda su grandeza.