A la casa de Rivera la devoró la selva

Por Marcos Fabián Herrera
El sino trágico de Arturo Cova, protagonista de la novela La vorágine, también parece signar la memoria y el legado de su creador. La violencia le sigue arrebatando “los deliquios embriagadores” que tanto ansiaba el amante de Alicia en su desesperado periplo a la selva. Desespero que no le es ajeno a las miles de personas que se apiñan todos los días en interminables filas frente a la casa del novelista José Eustasio Rivera, ubicada en el deslucido centro de Neiva. Estos agobiados ciudadanos, jadeantes por el cansancio y el apuro por demostrar su conducta ajustada a la ley, no son ávidos lectores del escritor que en su momento recibió elogios del notable narrador uruguayo Horacio Quiroga. Son angustiados contratistas, desempleados y aspirantes al honor militar, que en un tortuoso trámite kafkiano esperan su pasado judicial. Así es. El mancillado Departamento Administrativo de Seguridad D.A.S ocupa la casa en la que nació y vivió el autor de Tierra de promisión y La vorágine. Tal profanación ocurre con el mayor ícono literario que ha dado el departamento del Huila. El nombre del novelista que ostenta suntuosas edificaciones de poder, innumerables instituciones educativas y modernos centros de convenciones, en la casa en la cual nació está grabado en una desvencijada placa metálica. Inútiles han resultado los airados reclamos que artistas y gestores de la región han hecho durante años. Loable ha sido la labor del poeta y editor Esmir Garcés, cuya pertinacia logró que la secretaría Departamental de Cultura adquiriera las primeras ediciones de la obra de Rivera. Esta colección, expuesta en la biblioteca departamental, incluye ediciones bilingües de su novela, poemario, dramaturgia y artículos periodísticos. También hace parte de ella valoraciones múltiples y biografías de consagrados estudiosos de su obra. El perspicaz olfato de librero de Esmir Garcés le posibilitó conjuntar invaluables joyas editoriales, que permitirán el estudio y divulgación para estudiantes, críticos y lectores. En 1917 José Eustasio Rivera, ante la insidia del clero de su provincia, manifestó: “De Neiva me barrieron de un sotanazo”. Y tal expulsión se perpetúa al ver en su casa a los custodios y funcionarios del cuestionado DAS expidiendo el inane documento, generando enormes réditos a las arcas del Estado y proscribiendo en cambio la poesía de su otrora propietario. La pronta recuperación de su casa es un acto de justicia poética que en un verdadero tributo al escritor se debería dedicar a la exaltación y difusión del universo Riveriano, y, una inaplazable tarea de quienes detentan el poder en las entidades culturales. Sólo así, no seguiremos “barriendo” a Rivera de su tierra originaria y será para nosotros algo más que los tan mentados clichés de “Cantor del Trópico” y “Poeta Terrígeno”.