Por Gustavo Tatis Guerra *
Había cruzado la plaza con una visera tratando de hacer invisible su sombra de un metro con noventa y cinco centímetros, pero su alma sonora no pasa desapercibida en ninguna parte. Ricardo Arjona estuvo recientemente durante tres días en Cartagena de Indias, casi de incógnito, y lo primero que hizo al despertar fue irse a Aracataca a conocer la casa donde nació García Márquez. Viajó en avioneta por la Zona Bananera y arribó por la noche al bar-museo La Cueva, en Barranquilla. Casi a la misma noche se encontró con Jaime García Márquez en el bar El Barco Ebrio, en el corazón amurallado de Cartagena. De una larga conversación con el artista, destacamos para Con-fabulación, estas respuestas del dos veces Premio Grammy (2007) y Premio Grammy Latino (2006), por su abum Adentro.

¿Qué le ha sorprendido de Colombia?

—El gran potencial artístico que es el país. Hay una explosión y una ebullición en las artes, un gran nivel cultural, un deseo de expresarse en lo artístico. Uno lo percibe en la misma gente que incluso aparentemente no tiene nada que ver con el arte, hay una actitud hacia lo artístico. Y eso no es ahora. Vemos que Colombia es además uno de los países con mayor presencia en la música. Para mí es el país latinoamericano más artístico que he conocido.

Lo que uno percibe es que detrás de cada una de sus canciones hay un poeta. ¿Cómo es su relación con la poesía?

—Me dejo llevar por la poesía. Soy un lector voraz desde los 17 años. Lo que persigo en mis canciones es la emoción, las ansias de decir. Creo que es lo que más me interesa. Emocionare es lo más importante. Pintar con palabras me ha ayudado muchísimo. Lo único fundamental es amar lo que uno hace. En eso soy egoísta: las canciones tienen que gustarme a mí. Trabajo las emociones. Leo mucha poesía.

¿A qué poetas relee?

—Me gusta César Vallejo, García Lorca, Pablo Neruda, Jaime Sabines. La novela que más me ha impresionado es Cien años de soledad, de García Márquez, pero El amor en los tiempos del cólera me motivó a hacer una canción. Las novelas de Vargas Llosa, La fiesta del chivo y Travesuras de la niña mala, me han conmovido. Soy lector de novelas y poemas. Muy joven leí El Quijote, de Cervantes, y La madre, de Gorki. A mí un texto me atrae cuando me golpea emocionalmente.

¿Cómo es la experiencia de convertir en música un texto?

—El texto es música también. A veces me tropiezo primero con la música. No me importa a veces cómo están escritas, quiero decir, lo que cuenta es que el poema transmita emociones. Empecé a escribir una novela y cuando iba por la página setenta me ocurrió una pequeña pero inolvidable tragedia: no sé qué ocurrió pero uno de mis dedos borró toda la novela. Empecé de manera desesperada a rescatar esas páginas, pero fue imposible. Creo que el chip de la literatura tiene una dimensión de tiempo distinta a la música. Una canción es una pequeña historia de tres minutos. Una novela se resuelve en cien o más páginas.

Ha dicho usted que la mujer tiene un alma ventajosa sobre el hombre...

—Es que nos llevan ventajas en la manera de ser y expresar sentimientos. No dan vueltas para abrazar y solidarizarse. Cuando tienen que llorar lloran, no se reprimen. Hace poco necesitaba escoger una entre tres canciones y no dudé en preguntarle a mi hija Adrian, y ella me dijo: La tercera. Esa sinceridad es contundente. Los hombres se manifiestan menos, tienden a la mentira y el complejo del macho les inhibe expresarse, son una mochila de culpas y complejos. La mujer no.

¿Cuál cree usted que es la canción que más lo ha conmovido?

—La más cercana a la perfección es la canción La construcción, de Chico Buarque, que es una de mis favoritas. Toda esa canción está hecha con un juego de esdrújulas: "Amó aquella vez como si fuese última, besó a su mujer como si fuese última, y a cada hijo suyo cual si fuese el único, y atravesó la calle con su paso tímido”.

Un hombre exitoso como Arjona, a qué le tiene miedo?

—Le tengo miedo al miedo. Soy un hombre que tiene muchos miedos pero los meto todos en una licuadora y sale uno solo. Cuando niño me sentía transparente. Era flaquito y sentía que las miradas me perforaban. Algo de loco debe tener un hombre a la hora de salir a un auditorio a cantarle a quince mil personas. Cada vez que ocurre eso yo lo vivo con la emoción y los miedos de la primera vez, y no creo que sea un libreto repetitivo. Me gusta la libertad, no me gusta acostumbrarme a que las cosas sean iguales. No hay que ser excesivamente serio. Hay que burlarse de uno mismo.

* Poeta y narrador. Editor Cultural de El Universal. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.