El grito de los muros: Jairo Alberto López

Por Aldemar González

Importantes actos de convencimiento existen en la vida de un poeta; y el más determinante de ellos, acaso sea, erigir su propia luz para revelar en las páginas de un primer libro: su cúmulo de impactos, sus proximidades, sus distancias y todo aquello que execre. Un primer libro, desde luego, producto de diversos avances, de variados afectos; y producto también, de una especial voluntad por suscitar miradas esenciales. Consciente de lo anterior y del sitio del hombre a través de percepciones cotidianas, surge este libro de Jairo Alberto López.

En su obra, vemos diversos matices de asombro que se observan a sí mismos: Habito este cuerpo en el claro-oscuro de otras formas... Una poesía clara, estremecida, llena de voces que advierten fúnebres puertas cuando el recuerdo mismo, persiste en agredir: Puente, tiempo congelado del río... Inacabable instante que concibe corrientes detenidas tras el difícil tránsito del evento.

Este iniciático trasegar por el verso presenta igualmente arcos de extrañeza ante el beso de libélulas; árboles que no saben explicar sus cambios de piel; sinceridades que quieren completar la asfixia para los sobrevivientes; y entre muchos encuentros, el infaltable escenario de siluetas que por oscuras familiaridades eludimos.

En El grito de los muros, las múltiples presencias que edifican el texto, desprenden su rostro cotidiano para reclamar el nuestro y salvarlo con una mirada diferente: Si cayera yo por las muertes venideras, no pesarían tanto las muertes no vividas... Una obra que nos recuerda que la naturaleza del poema siempre es alcance que trasciende la estética; que implanta el diálogo en la intimidad del hombre, favorablemente construida con la vital sustancia del absurdo.

Como manifestación sensible que comprende el papel y el destacado sitio del entorno, uno de sus poemas nos dice: En la tierra, se encallan mis manos. Y por mi amor a ella, inacabable, siento el florecer de cada tumba y las marcas en el suelo cargadas de fusiles... El de Jairo, es un trabajo desvelado por las horas más humanas aun en elementales preguntas: ¿cómo quedarse en el abrazo si sabemos que está la despedida?... ¿cómo ver en cada ojo de la casa que alguien nos espere sin el rostro del regreso?... Versos concisos, con especial fuerza de expresión, fácilmente apreciada en el estremecimiento y en la estatura de sus imágenes. Un gran muestrario y un gran ajuste de las técnicas, que van desde el poema corto, hasta el lúcido destello del largo aliento. Sintaxis que abraza nuestros ojos. Páginas que enuncian hechos que flagelan etapas; que nos dejan ver al tiempo, no como simple hecho que se emplaza en las horas, sino que permiten confrontarnos con él; con su orden, su sumario, su cúspide y la degradación de su devenir. El amor, la inmanente esfera, es otra de sus palpitaciones: Quiero volver antes del olvido. Nada me reconocería sin ti... Acertada longitud emocional de la nostalgia del presente que Borges alguna vez nos mencionó. Oscuridades que refulgen y un personal acento que en reflexiva tonalidad nos vincula con la noche, se aprecian, entre muchas atmósferas, en este libro; que como voluntad literaria busca ampliar la convocatoria por el requerido suceso poético en nuestro país. Un país que sabe, que entera o ratifica –según el caso– que la poesía es la única voz realmente lícita del hombre; que sólo por ella seremos revelados; y que ella misma, es y será la entraña responsable que nos oriente, en tanto la compulsión del mundo persista en devastarnos y una esperanza distinta a la poética, nos quiera disminuir.