La cultura como espectáculo

Por Marcos Fabián Herrera

Obsedidos por el lucro acentuado por el craso desconocimiento que impera en las salas de redacción de la prensa escrita, los editores han suplantado, o mejor, transfigurado la información cultural, por el rutilante y seductor mundo de la farándula y el espectáculo. Las páginas culturales de los periódicos colombianos son abigarrados espacios en los que la prelación se les concede a los efímeros protagonistas del Jet Set criollo. La crítica de libros, música, pintura u ópera, está confinada a escuetos y vacíos comentarios escritos en una ligera prosa de boletín. Sumisos al anacrónico modelo de las seis W, los periodistas culturales colombianos desdeñan los retozos y las audacias estilísticas, por una escritura fría y mecánica, sin mayor artesanía literaria. El periodismo cultural se ha convertido en un pintoresco pastiche de moda, ferias y museos.

Andrés Zambrano, el editor cultural de El Tiempo, el único diario de circulación nacional, con una sospechosa versatilidad entrevista a Shakira, Paul Auster, Alejandro Sanz o Mempo Giardinelli, haciendo de su página un caricaturesco híbrido de incorpóreas fronteras entre las artes, las ciencias y los públicos. Lo mismo sucede con el suplemento Lecturas de Fin de Semana del mismo medio. Ahí confluyen las remembranzas de la fauna política, la difusión de eventos sociales y las insustanciales reseñas de las novedades literarias que imponen las multinacionales de la edición. El resultado: un desaliñado periodismo mutante, que fusiona cultura y espectáculo con un pasmoso facilismo. Aunado a lo anterior, los periódicos nacionales han hecho de la crítica de libros un jugoso y amañado espacio para la promoción de vedettes que impulsa la predecible industria editorial colombiana, desterrando por completo la verdadera y esencial misión de la crítica, que advierte: “Esto es verdad. La razón es ésta. Por favor Sépalo”, en palabras de George stenier. Un verdadero crítico.

Si en países como México, la orientación de los principales suplementos culturales ha estado a cargo de descollantes y respetados escritores como Marco Antonio Campos y Juan Villoro, en Colombia esta tarea se les ha encomendado, con asombroso desgreño, a personas cuya improvisación en todas las áreas se le reconoce como supuesto mérito periodístico. Los periódicos regionales, salvo contadas y valiosas excepciones como la del Universal de Cartagena, bajo la férula del escritor Gustavo Tatis Guerra; la del Nuevo Día de Ibagué, cuyo suplemento orienta el novelista Benhur Sánchez; y la Patria de Manizales y su espléndido Papel Salmón con la capitanía del poeta Juan Carlos Acevedo, han extraviado sus secciones culturales en la chovinista exaltación de lo local y la lacrimosa crónica historicista. Los grandes ausentes siguen siendo la poesía, el ensayo, la crítica, la entrevista y el reportaje. El debatir la calidad de nuestras creaciones, genera, sin asomo de duda, prevención y heridas en los encumbrados egos de ciertos artistas, pero contribuye sustancialmente a cualificar y enriquecer el desértico panorama de la prensa cultural del país. El encaminarnos en ese derrotero exige un inflexible rigor y un desapasionado examen que cuestione, sugiera y proponga, sin la arrogancia propia del que pontifica con aires inquisitoriales. En un país con escaso acceso al libro, una prensa escrita que asuma lo cultural, no como el estridente festín de estrellatos y modas, sino como el febril territorio en el que germinan las creaciones, de seguro nos aproximará a librarnos de nuestras inveteradas endemias que alimentan la ignorancia y la manipulación.