Las sombras del asedio: Argemiro Menco

Por Germán Villamizar

Sumergirse en los poemas de Las sombras del asedio (Común Presencia Editores) es ingresar en el territorio de la noche cercada por los elementos. Vamos del agua a la tierra llevados por el aire o por el fuego. Amamos el abismo, «falso dios del equilibrio», como dice Menco. La lírica de este poeta ancla sus raíces en la dispersión: hay una búsqueda constante de la huella, señal de tránsito inconcluso que «disgrega la distancia». La huella, lo efímero que permanece, permite trasegar en la memoria para «borrar recuerdos ingratos y palabras infelices».

El poeta disemina sombras en el blanco de la página: sombras metafísicas, sombras intimidantes, abracadantes. Las sombras del asedio: la tiniebla que acecha tras la luz ideal y la mancha que aprisiona el espacio poético, el espíritu. No obstante, al fundirse en el prisma que descompone la luz, emergen los colores: la nostalgia amarilla, la cotidianidad azulina, el verde de los sueños. De ahí surge la pregunta matizada en el gris de un posible desencanto, de una zona desparramada entre lo blanco y lo negro:

¿Tienen espíritu gris

las palabras en su prisma,

mis abuelos poéticos y

la arcilla de mis sueños?

Las imágenes luminosas son nocturnas: «alguien agujerea el calabazo de la noche», una imagen de sencillez aparente que aprisiona y sofoca, que contiene y desborda. Esta es una de las claves del poemario. El encierro exige el desborde: el calabazo, final del bejuco que estalla en infinito, remite a la tierra íntima, a la irrupción del espacio signado por la condición antitética, al eco de un verso de Adonis: «la noche ya no sabe cómo resucitar sus candiles».

Menco apuesta por el diálogo entre presente y pasado para traer las palabras de la infancia, el recuerdo del padre, el regreso a la tierra, ciego y ceniciento, el murmurar del río –como un redivivo cordón umbilical– y de la canícula que «abreva la sed en el sudor de los caminos». No obstante, el retorno es imposible, porque al poeta lo «vencieron las historias». La palabra sustituye el lugar de la nostalgia y se hace conjuro al compás de la mala costumbre de sentirse labio fértil. Ahí reside otra clave del texto: la angustia que late enmascarada en el humor que entrevemos en algunos poemas es señal de asedio, de agonía clausurada por el tiempo.

Como en todo juego de luz y sombra, algo permanece oculto a la espera de que poeta y lector se encuentren en el territorio de las palabras para purificarse de los asedios y obsesiones que los intranquilizan. Sea este el momento para apostar por la palabra líquida del poeta Argemiro Menco Mendoza.