Yo, el supremo

Por Mauricio Contreras Hernández *
Álvaro Uribe, con la legitimidad que le da más de siete millones de votos, producto de las turbias relaciones con los paramilitares, sustenta un proyecto político autoritario y guerrerista, de corte pre-moderno –según el sentido que da a este término Antanas Mockus– en el cual el fin justifica los medios y cuyos costos, a mediano plazo, serán muy altos para el país. Unos fines que parecen claros: legitimar el paramilitarismo –ese Frankestein que lo atormenta–, consolidarse como el aliado estratégico de USA en Suramérica, defender intereses de sectores empresariales y financieros que, pase lo que pase, y siempre, a nombre de un país inexistente, buscan mantener sus privilegios.

Proyecto político pre-moderno, de una tradición finquera, en el que los límites con el narcotráfico y sus secuelas no son tan claros como sale a pregonar a los cuatro vientos; heredero de una tradición que privilegia el oficio de capataz; “napoleoncito de carriel” como lo define certeramente el poeta.

Proyecto que descalifica, de manera indigna, a sus opositores, “quien no está conmigo está contra mí”, apoyado en una mayoría parlamentaria conformada como colcha de retazos por oportunistas politiqueros de oficio, típica de esa tradición que dice defender y que revela su estrategia en acciones y declaraciones repentistas, altisonantes, que giran en torno a su figura y que son producto del apasionamiento personal. Parece que el yoga no es suficiente para calmar sus ánimos de camorrero que sale a cazar peleas cada vez que sus órdenes no se cumplen.

Tentativa que aglutina sectores dispersos y sin propuestas efectivas de cambio, alrededor de pasiones personales y adhesiones a la vía más absurda: la guerra; situación que por demás se niega a reconocer, queriendo mostrarle al mundo una realidad producto de su paranoia y de las atrocidades de sus compinches que han convertido los campos, otrora lugar de cobijo, de sustento, de arraigo y solar de luz en camposantos anónimos, sitios de peregrinaje en busca de huesos y no de cosechas.

Indignidad que se sustenta en encuestas, en operativos militares fallidos, en inútiles viajes al imperio para salvaguardar privilegios de quienes creen que proteger los caminos de servidumbre a sus fincas es señal se seguridad y progreso: terratenientes e incautos turistas.

Situación que se evidencia en el sacrificio de la vida de secuestrados, de campesinos desplazados, de pequeños empresarios que ven frustrados sus esfuerzos patrióticos, de universidades públicas en bancarrota mientras se pregona un TLC, sin carreteras, sin impulso a la agroindustria, sin empleo aunque las estadísticas se empecinen en mostrar lo contrario, mientras sus regentes, con diversos pretextos, igual de revanchistas e indignos a los ejercidos por él, lo desconocen como socio comercial y hacen de su finca un campo de batalla.

Ya lo dijo Borges, “la democracia es un abuso de la estadística”.


* Mauricio Contreras Hernández es poeta y traductor. Premio Nacional de Poesía IDCT 2005.