Último poema de Víctor Jara

Aquella era una tarde de muerte, era el sábado 15 de septiembre de 1973 y uno de los proyectos humanos más bellos, surgido al sur del continente americano, y que desafiaba una larga tradición de infamias, de hambruna sin nombre y de postergaciones, había sido traicionado. La Unidad Popular, que ganó las elecciones presidencias en el Chile de 1.970, moría en manos de una conspiración salvaje, brutal e intemperante. La Casa de la Moneda en llamas y el cadáver del presidente eran sus dos ejemplos más duros.

En el Estadio Chile había cientos de obreros, artistas y profesionales encerrados, torturados y mancillados como una retaliación del pérfido general (Pinochet) que dijera: “a veces la democracia necesita un baño de sangre para seguir siendo democracia”. Y entre ellos estaba Víctor Jara, el cantautor, el poeta, el artífice de las canciones con las que la Unidad popular poetizó su proyecto de gobierno.

Él sabía que no saldría jamás de allí, y entonces escribió el poema “Estadio Chile”. Lo rodó subrepticiamente a un compañero… y este a otro… hasta que, por encima de las torturas y las amenazas, el hermoso documento lírico logró escapar de la infamia.

El cadáver del músico fue encontrado en el anfiteatro de Santiago: tenía las manos mutiladas.


Estadio Chile

Somos cinco mil aquí

en esta pequeña parte de la ciudad.

Somos cinco mil.

¿Cuántos seremos en total

en las ciudades y en todo el país?

Somos aquí diez mil manos

que siembran y hacen andar las fábricas.

¡Cuánta humanidad

con hambre, frío, angustia, pánico,

dolor, presión moral, temor y locura!

Seis de los nuestros se perdieron

en el espacio de las estrellas.

Un muerto, uno golpeado

como jamás nunca creí

se podría golpear a un ser humano.

Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores,

unos saltando al vacío,

otros golpeándose la cabeza contra el muro,

pero todos..., todos, con la mirada fija

de la muerte.

¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!

Llevan a cabo sus planes con precisión certera

sin importarles nada.

La sangre para ellos son medallas,

la matanza es acto de heroísmo.

¿Es este el mundo que creaste, Dios mío?

¿Para esto tus siete días de ascenso y de trabajo?

En estas cuatro murallas, sólo hay un número

que me preocupa,

que lentamente quería más la muerte.

Pero de pronto me golpea la conciencia

y veo esta marea sin latido,

pero con el pulso de las máquinas

y los militares mostrando su rostro de matrona

lleno de dulzura...

¡Y México y Cuba y el mundo

que grita esta ignominia!

Somos diez mil manos que producen.

¿Cuántos somos en toda la patria?

La sangre del compañero Presidente

golpea más fuerte que bombas y metrallas.

¡Así golpeará nuestro puño nuevamente!

¡Ay, canto, qué mal me sales!

¡Cuándo tengo que cantar, espanto!

Espanto como el que vivo,

como el que muero, espanto.

De verme entre tanto y tantos

momentos del infinito

en que el silencio y el grito

son las metas de este canto.

Lo que veo nunca ví,

lo que he sentido y que siento...

harán brotar al momento... (borroneado en el original)

de la sangre, un fusil...