Entrevista con Marco Antonio Campos

El odio al Otro

El poeta y narrador mexicano, quien ha obtenido los premios Xavier Villaurrutia (1992), Nezahualcóyotl (2005), el Premio Casa de América (España, 2005), y la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada en Chile, recientemente designado para ocupar la silla de Octavio paz en la Asociación Mallarmé, ofrece en esta entrevista exclusiva para Con-fabulación su visión de México y de la palabra poética bajo la impronta de lo político.


Más allá del abuso y la jactancia imperialista, ¿qué significados ocultos, subrepticios, tiene el muro que los Estados Unidos construye en la frontera con México?
El odio al Otro. Es una injuria visible si se toma en cuenta que somos parte del TLC. Sin embargo, de los treinta millones de origen latino en Estados Unidos dieciocho son de origen mexicano. Los estadounidenses nos arrebataron con los Tratados de Guadalupe-Hidalgo de febrero de 1848, luego de una guerra atrozmente injusta, más de la mitad del país. Hemos sufrido de parte de ellos desde entonces decenas de invasiones de toda índole que en su momento documentó minuciosamente en un libro el admirable historiador Gastón García Cantú. Pero esa mitad del país de alguna manera es ya desde hace tiempo otra vez un poco nuestra. Al imperialismo económico hemos opuesto el contra imperialismo demográfico. Irán con el muro a Estados Unidos menos mexicanos pero seguiremos lentamente recuperando lo que fue –lo que debería ser– nuestro. Hay un inconsciente histórico en ese innumerable flujo de mexicanos, que sin saberlo, se están cobrando la revancha.

En cuanto a la guerrilla Zapatista: ¿Cuál fue su parte de leyenda? ¿Cuál su parte de realidad? ¿Cuál su parte de mistificación? ¿Qué destino le corresponderá en el porvenir de México?

Yo creo que fue una guerrilla que simpatizó enormemente, porque reivindicaba a los campesinos, pero sobre todo a los indígenas. ¿Por qué? Porque hay dos suertes de guerrillas: las que apuestan por los desheredados y las que buscan sólo tirar los gobiernos; en las encuestas, las primeras tienen la simpatía mayoritaria y las otras poquísima adhesión. Además, salvo los diez primeros días de rebelión, no se volvió a disparar un solo tiro. Fue una guerrilla hábilmente mediática en la que un lúcido Marcos ponía contra la pared al gobierno. No todo fue miel sobre hojuelas. Pasaron después dramáticas matanzas, entre ellas las de Acteal, producto de la guerra de baja intensidad, creada por el ex presidente Zedillo, el ex ministro de Gobernación Emilio Chuayffet y los altos mandos militares, en complicidad con el entonces gobernador de Chiapas, que terminó con una salvajada sin nombre donde paramilitares indígenas, beneficiarios del PRI, asesinaron de la manera más despiadada a decenas de hombres, mujeres y niños indígenas inermes.
En cierto momento los zapatistas crearon sus municipios autónomos que buscaron ser autosuficientes. Pero las cosas, después de 14 años, se han desgastado. Marcos, del que admiraba su lucidez, pero que tenía y tiene la rara debilidad de creerse escritor y de escribir cuentos y poemas como si los escribiera su peor enemigo, parece haberse trastornado, y su discurso se ha ido a la izquierda de la izquierda. Ha perdido el sentido de la realidad. Ha apoyado y se ha dejado apoyar por grupos radicalmente violentos y ha defendido guerrillas impresentables como la ETA y a gobiernos como el cubano. Los municipios autónomos que buscaban ser autosuficientes al parecer se sostienen con muchos problemas. Estuve hace poco en comunidades indígenas de mayas tzeltales, por las que había pasado hace veinte años. Me sorprendió: hay pobreza pero ya no hay esa miseria que te quitaba el aliento y el nivel del alcoholismo entre los indígenas mayas ha bajado ostensiblemente. De algo o de mucho sirvió la rebelión zapatista: los gobiernos federal y estatal se han visto obligados a apoyar en general a comunidades indígenas y algunas no lo han desaprovechado. De los indígenas es la tierra, son los pueblos originarios y uno quisiera, más allá de toda demagogia, verlos vivir lo mejor posible. Fraternizo del todo con ellos.

¿Qué siente al ocupar la silla de Octavio Paz en la Academia Mallarmé?

Ni premios ni distinciones te hacen mejor, pero como anotaba en sus aforismos Francesco Guicciardini, el notable pensador florentino del Renacimiento, es mejor tenerlos que no tenerlos. Durante unos ocho años llevé muy buena relación con Octavio Paz, escribía de cuando en cuando en la revista que fundó y dirigía (Vuelta), pero llegó un momento (yo era director de literatura de la UNAM) de que si lo invitaba a algo se molestaba y si no lo invitaba se molestaba. Era cada vez más difícil dialogar con él. Hacia 1985 u 86 preferí alejarme y lo hice de una manera total. Por demás, con su grupo no tengo ninguna afinidad estética, ni política, ni personal, ni ellos la tienen conmigo. Es increíble pero buen número de ellos parecen creer que aún vive Octavio Paz y tienen miedo a escribir algo que lo contraríe y se los reproche. No tienen pensamiento propio. Pero Paz, como gran poeta y escritor, es otra cosa. Para mí fue esencial la lectura de muchos de sus libros de ensayos y de cierto número de sus poemas (“Himno entre ruinas”, “Piedra de sol”, “Cuento de dos jardines”, “Pasado en claro”, “Nocturno de San Ildefonso”); uno no sabe al escribir ensayo o crítica cuándo está bajo su influencia. Me da un gran gusto ocupar la silla que él tuvo en la Academia Mallarmé por el gran escritor que fue.

¿Qué hace que la verdadera poesía siga siendo la gran resistencia humana? ¿Qué la inmuniza de las tentaciones y del reclamo perpetuo del mundo comercial del show business?
Uno escribe porque algo fatalmente en la sensibilidad y en la emoción lo lleva a hacerlo. Porque busca ante determinadas experiencias volverlas algo bello y que esa realidad se vuelva asimismo una nueva realidad. El poeta trata de crear la doble realidad: es como el hombre que se halla en la ventana y puede ver hacia el jardín y hacia dentro de la casa. Uno quiere, uno ha querido, como Ungaretti, escribir una “bella biografía”, que no es otra cosa, sino dejar en los libros la historia del alma. Si lo leen muchos o pocos eso no importa. Mis amigos novelistas suelen estar desesperados por tener lectores y vender sus libros; los poetas no lo vemos así, o si alguien lo piensa, ha perdido todo sentido de la realidad. Por eso las mejores editoriales de poesía en occidente son las pequeñas: defienden a sus autores y defienden cada libro. Las grandes editoriales circulan de tres a seis meses los libros y luego los embodegan o los rematan o los rompen. En México, por ejemplo, es admirable la labor de El Tucán de Virginia, con más de doscientos cincuenta títulos y en una de sus colecciones (Los bífidos) tiene alrededor de cien de los mejores poetas de occidente en traducciones regularmente muy cuidadas. La poesía no te da dinero en regalías, pero te lo da de otra manera. En mi caso me dio ante todo una perspectiva estética de la vida. ¿Y qué más puedo pedir?

¿Está el mundo huérfano de poetas tutelares? ¿Todavía tenemos la inocencia y el fulgor para inventar ismos?
Mire, el trabajo de la poesía es individual y uno escoge sus propios poetas tutelares, que no tienen por qué ser los vivos. Respecto a los ismos, ya César Vallejo en un artículo de los años veinte del siglo pasado, se quejaba de que cada semana aparecía un nuevo ismo, él, que había escrito con Trilce un libro donde descuadraba extraordinariamente el lenguaje. En 2009 se cumple un siglo de la aparición del Futurismo, es decir de la aparición de la primera de las llamadas vanguardias. ¿No le parece, como dijo Paz a fines de los ochenta, que ya las vanguardias son una reliquia? En general la inmensa mayoría de los llamados poemas “vanguardistas” son juegos verbales que hielan la emoción del verso. Cuando me hablan de las vanguardias suelo pedir que me digan de memoria, por ejemplo, un poema de Marinetti, de Tzara o de Breton; nadie me ha dicho uno completo y a menudo no recuerdan siquiera un verso.

En el mundo de la poesía parece reflejarse parte de la comedia política, social y económica imperante en otras esferas de la realidad. ¿Qué misteriosa forma de poder ha llegado a representar para que exista en ella una oficialidad y desate tenaces lucha intestinas?
Quizá porque los poetas, si no entran al juego comercial, al menos buscan reconocimiento y ser publicados en las principales editoriales y revistas y ganar premios, y si no lo consiguen, muchos, por desgracia, se van llenando de envidia. Es “la tristeza del bien ajeno”, como dijo alguien. El poeta malo suele creerse bueno, el bueno muy bueno, el muy bueno quiere que lo consideren un grande. Se pierde el sentido de la proporción. Hay notabilísimas excepciones, desde luego; pienso ante todo en Borges cuya modestia –me consta– era del todo genuina, quien creía que con su cuerpo moriría su obra, o al menos, sólo quería ser recordado por algún verso que alguien repitiera sin darse ni siquiera cuenta que era de él. Y sin compararme ni de lejos en lo más mínimo a Borges quisiera que pasara lo mismo con algún verso mío.